Turismo, los experimentos con gaseosa

Turismo, los experimentos con gaseosa

Por Alberto Barciela 
Miembro de la Mesa del Turismo

 

El escritor Eugenio D’Ors refería, con su gracia habitual, que en una ciudad pequeña, con una gran catedral, muy importante histórica y artísticamente, un forastero preguntó a un transeúnte dónde se hallaba el templo. El interrogado respondió: -Sí, verá usted: eche usted por esa calle, tuerza luego a la izquierda, después a la derecha… Llegará así a una plaza. Allí hay un estanco. Pues bien: enfrente del estanco, está la catedral.

Delante de todos los estancos, de todos los quioscos -si es que quedan-, hay un templo, un comercio extraordinario o una experiencia por descubrir. Quizás no estemos en Nueva York, París o Londres, pero seguro que muy cerca, en esta España maravillosa, en la ciudad o pueblo vecinos, o en la provincia contigua, uno encuentra un destino apetecible: un museo, un balneario, un bosque, una iglesia, un castillo, una tienda, un artesano, una terraza, una bodega, un restaurante, una ruta en barco o un paseo, en fin, un aliciente que ser disfrutado con seguridad, con la parsimonia y la circunstancia que exigen los días agrios del Covid-19. Es importante redescubrir que mucho de lo que resulta atractivo está aquí mismo, a la vuelta de la esquina o a unos centenares de metros o de kilómetros de nuestro lugar de residencia.

En esta circunstancia desarmónica en lo político, aparentemente inconsensual, sobada de un letargo vírico inoportuno y desacostumbrado, en este país nuestro en donde todo se extrema o se sestea; en este territorio de crédulos e indecisos, enmascarillados y audaces, latinos y rijosos, hay que contar con la buena intención de aquellos que, intentando vivir, entienden que hoy deben hacerlo con una cierta prevención en la higiene y en la distancia, sin olvidarse de ser como somos: un clan alegre en su expresión y convivencia, capaz de reírse de su sombra, de sacar una guitarra en un entierro, de comprometerse en el empeño de salvar a los enfermos, de animar a los mayores, de educar a los niños, de respetar a las señoras o de animar a los tristes.

Con nuestra actitud demostramos la inteligencia despierta que nos mueve socialmente en lo habitual de nuestras costumbres y nos conmueve ocasionalmente en la solidaridad, esa que tanto necesita nuestra economía en estos momentos. El vislumbre general nos advierte de que hay que apoyar muy singularmente a toda la industria, y significativamente al sector de los viajes y al comercio.

Les puedo hablar de turismo, un sector maduro, armado con resortes sólidos pero que ha sufrido una embestida colosal. La respuesta profesional ha sido extraordinaria: se han exigido medidas concretas -financiación extraordinaria, carencia en los créditos, rebajas fiscales, promoción, nuevas tecnologías, etc.- que no se centran en la subvención y sí en la recuperación de la actividad, aceptando que esta será paulatina y que habrá que acomodar con flexibilidad cada negocio a su realidad, desde un chiringuito de playa a un gran crucero, de hoteles con miles de habitaciones a una churrasquería, de ubicaciones en grandes ciudades a pequeños núcleos rurales… Y así hasta completar solo en hostelería unas 270.000 circunstancias, equivalentes a otros tantos negocios. No, no será fácil, pero hay que hacerlo.

En la industria del viaje, cada grupo empresarial ha establecido sus tácticas. Este ámbito de la economía es como un gran rinoceronte, elegante, fuerte, experimentado, capaz de aguantar envites tan irresueltos como el Brexit, pero que ya antes del Covid no exprimía todas sus capacidades, esas que ahora tanto necesita. Sigue faltando un Plan Estratégico de Estado, en el que converjan los intereses territoriales -competencias transferidas, etc.- y empresariales.

Hace unos meses, en turismo apuntábamos que con el Reino Unido fuera de la UE se irían algunos británicos, quizás los de menor poder adquisitivo, pero que los compensaríamos con la llegada de estadounidenses, australianos, japoneses o chinos, todos con mayor capacidad de gasto y quizás con mayor ambición cultural. El sector auspiciaba replanteamientos en las demandas, sabedores de que permanecerían el sol y la playa; de que las ciudades, los museos, la naturaleza, los pequeños núcleos con encanto podrían encontrar su oportunidad y que, de hecho, si se hacía caso a las cifras de crecimiento, Barcelona y Madrid -envueltas en sus particulares crisis: turismofobia, pisos turísticos, taxis, etc.- responderían con idoneidad a todas las incertidumbres. El turista no busca, ni entonces ni ahora, enredos políticos, ni les interesan ni los entienden, pero sí demanda seguridad, servicio excelso, comodidad en el transporte, comercio singular, gastronomía de calidad, precios competitivos, establecimientos óptimos, autenticidad de los productos y respeto por las tradiciones locales.

Los nuevos comportamientos sociales, los nuevos clientes, especialmente los jóvenes, requieren respuestas adaptadas, competitivas y originales como la que ha hecho Riu con su Cielo de Madrid, esa terraza maravillosa de día y de noche, un lugar ya imprescindible en la capital de España; o la modernidad de la cadena de los Matutes; o la oferta Level de Meliá; o el compromiso de Hotusa con la España Vaciada y sus foros, que imponen la reflexión dialogada en red entre todos. Transformaciones que también estaban llegando del mundo de los congresos, las ferias -con FITUR como abanderada mundial-, los espectáculos o el turismo de costa, o de las empresas tecnológicas, las aeroportuarias, las aéreas o los trenes -con la libre competencia y el bajo coste-.

Las circunstancias dibujan un nuevo escenario, muy serio en sus exigencias. El turismo, sus grandes y pequeñas empresas, requieren una unidad de respuesta, una visión cosmopolita, audaz en la promoción, competitiva en la oferta, viable financieramente. Es imposible pagar impuestos, y menos a cuenta, en un ejercicio salvaje de pérdidas.

Se imponen soluciones particulares movidas en la flexibilidad de cada circunstancia, de las al menos 270.000 circunstancias de la hostelería. Las readaptaciones son exigentes y las reformas comunes o individuales requieren un tiempo. En crisis casi nunca los balances económicos negativos resisten demasiado. Hacen falta más que conceptos, de forma inmediata se necesita la complicidad pública y privada y el dinero de Europa -el llamado a dinamizar los mercados- para encontrar soluciones permanentes, flexibles y atentas.

El retorno de este amargo viaje tiene que permitir recuperar los negocios y con ellos el empleo para cientos de miles, sino millones, de personas que han perdido su puesto de trabajo en estos meses sin turismo. Estamos obligados a seguir buscando nuevas fortalezas y fuentes de inspiración y sólidas esperanzas.

En todos las órdenes, a título individual y colectivo, vivimos una de las mayores desorientaciones de los seres humanos, un reposicionamiento obligado, estridente, que ha afectado a todos los niveles sociales- relacionales, educativos, etc.-, económicos, políticos, y esperemos que, para bien, medio ambientales. Comencemos por poner nuestro pequeño grano de arena en este verano difícil, seamos optimistas pero serios. Y los experimentos hagámoslos con gaseosa, como bien decía don Eugenio D´Ors. Enfrente de todas las catedrales hay alguien que con su negocio quiere ganarse el pan honradamente. A ese es al que hay que ayudar.

Artículo original publicado por  La Opinión de Coruña.