10 Oct Los aviones también son para el verano
Este verano recién terminado -aunque para las aerolíneas formalmente la temporada no acaba hasta finales de octubre-, hemos vuelto a comprobar que, aunque a un ritmo menor que el disfrutado en el anterior, el tráfico aéreo ha vuelto a crecer en España.
Entre abril y agosto de este año, las compañías aéreas hemos transportado 128 millones de pasajeros, un 4.1% más, lo que sitúa el acumulado en lo que va de año en casi 178 millones, un 5.6% de incremento.
Si analizamos las estadísticas con un poco más de detalle, podemos comprobar que los dos principales aeropuertos de la red han tenido un crecimiento similar o superior al de la media, e incluso el tan deseado segmento de tráfico intercontinental ha experimentado una subida de doble dígito, con un gran empuje desde Barcelona, en donde ha crecido casi un 18%.
La relevancia de estas cifras no solamente viene determinada por la importancia capital que el transporte aéreo tiene en el turismo –el 80% de los turistas que llegan a España lo hacen por vía aérea–, sino también por el rol esencial que juega en la movilidad de la ciudadanía: según un reciente informe publicado por ACI Europe, España es el país con la mejor conectividad aérea directa de toda Europa; y Barcelona es el aeropuerto europeo que, sin alojar el hub de ninguna aerolínea de red, tiene la mejor conectividad. Además, un porcentaje muy grande de los asientos ofertados en las más de dos mil rutas operadas en nuestro país está sometido a un considerable nivel de competencia –más del 80% de la capacidad está desplegada en rutas en donde compiten dos o más aerolíneas entre sí–, lo que contribuye a que cada vez un mayor número de consumidores tenga acceso a este modo de transporte, a unos precios impensables solo unos años atrás.
Sin embargo, esta situación a priori tan halagüeña contrasta con una percepción, bastante generalizada, de que los retrasos y cancelaciones que, desafortunadamente, se han producido, han puesto el sistema al borde del colapso. Y, lo que es peor, la creencia de que somos las compañías aéreas las únicas responsables de dicha situación. Esta percepción, en cierta medida, es una consecuencia de la democratización del transporte aéreo: hoy en día ya forma parte del estilo de vida de una inmensa mayoría de ciudadanos, que lo utilizan para irse de vacaciones o visitar a sus familiares y seres queridos, con mucha más frecuencia de lo que nunca antes había sido posible; por ello, cualquier perturbación operativa que afecte al mismo tiene un impacto sobre un número cada vez mayor de personas.
Ante esta situación, perfectamente comprensible desde un punto de vista personal y humano, no podemos más que intentar contribuir a objetivar un poco el debate, aportando algunos datos y hechos.
En primer lugar, es importante comprender que estamos ante un fenómeno de alcance europeo, ya que la congestión del espacio aéreo, factor determinante en la situación vivida, es algo que va más allá de nuestras fronteras. De hecho, si miramos la puntualidad de los dos aeropuertos más afectados en nuestro país, Barcelona y Palma, podemos comprobar que durante el verano han tenido prácticamente el mismo índice que otros grandes aeropuertos europeos como son Frankfurt, París CDG o Bruselas. Esta creciente congestión ha provocado que, según Eurocontrol, en los últimos doce meses los retrasos debido a la gestión del tráfico aéreo en toda Europa se hayan incrementado un 60% frente a los anteriores. Entre estos, los debidos a la falta de personal o de capacidad del sistema de control aéreo se han más que duplicado frente al año anterior, lo que muestra la necesidad de buscar soluciones de forma urgente a nivel europeo los principales causantes fueron los centros de control de Marsella, Karlsruhe o Reims–.
En segundo lugar, la situación geográfica de España nos hace más vulnerables a este problema de congestión europeo, al estar virtualmente rodeados por algunos de los centros de control más problemáticos: sin ir más lejos, cualquier tráfico desde el norte y este de Europa hacia Cataluña o Baleares tiene irremediablemente que atravesar el área de control de Marsella. De hecho, solamente una cuarta parte de los retrasos por gestión de tráfico aéreo que afectan a los tráficos en España se provocan dentro de nuestras fronteras, lo que, de nuevo, nos lleva a la necesidad de una solución a nivel europeo. A esta circunstancia se ha unido una meteorología especialmente adversa, con especial impacto en los aeropuertos del arco mediterráneo: Palma y Barcelona son los dos aeropuertos que han tenido un mayor número de incidencias meteorológicas en Europa durante este pasado verano –en el cual, por cierto, se ha batido el récord histórico de rayos caídos en nuestro país–.
Llegados hasta aquí, sería comprensible que el lector pensase –especialmente si ha sido afectado por la situación– que esto no es más que un intento por parte de las aerolíneas de echar balones fuera. Nada más lejos de la realidad: las compañías aéreas, en vez de aceptar estas circunstancias como algo exógeno y, por tanto, fuera de nuestro control, ya hemos asumido que este entorno operativo es la nueva normalidad a la que hacer frente.
Precisamente por ello hemos tomado una gran cantidad de medidas para evitar y mitigar en la medida de lo posible el impacto del mismo sobre los pasajeros. Estas medidas van desde la disponibilidad de aviones y tripulaciones de reserva, el alquiler de aeronaves adicionales, el refuerzo de los recursos en los aeropuertos, centros de atención al cliente y de control de operaciones, o la automatización de procesos de gestión de incidencias, entre otras muchas.
El transporte aéreo es un sistema complejo, en donde cada uno de los protagonistas cumplimos un papel esencial, por lo que es imprescindible que el resto de actores tengan un grado de implicación similar. Es por ello por lo que desde ALA proponemos la creación de una Mesa de Alto Nivel de Transporte Aéreo, tutelada por el Ministerio de Fomento, y formada por la DGAC, AESA, ENAIRE, AENA y las asociaciones de aerolíneas, para conjuntamente buscar soluciones de cara al próximo verano. Aun siendo conscientes de que una gran parte de ellas solo serán posibles cuando se desarrolle por completo la estrategia del Cielo Único Europeo –cuyos obstáculos hoy en día no son tecnológicos, sino sociales y políticos–, estamos convencidos de que hay muchas medidas que se pueden y se deben buscar a nivel nacional para mejorar la situación. Solo trabajando de manera coordinada y conjunta lograremos hacer compatible el crecimiento del tráfico aéreo, con la sostenibilidad y regularidad que los ciudadanos requieren; y el verano es la época que una inmensa mayoría de ellos elige para disfrutar de sus vacaciones y viajar, por lo que el objetivo común debería ser el conseguir que los aviones, al igual que las bicicletas, también sean para el verano.
Javier Gándara Martínez Presidente de ALA Asociación de Líneas Aéreas.